14 DE ABRIL, ¡VIVA LA MONARQUÍA!
Me refiero, claro está, a un 14 de abril de cualquier año de los siglos XI o XII, pongamos por caso.
En aquella época de analfabetismo y servidumbre, se escogía una familia, a un vástago de la misma, y se le formaba (o deformaba según se mire), designándole para que gestionara el país, acorde con los intereses de la corte. Y para no complicarse la vida, se seguía igual a través de las generaciones ¿para qué romperse la cabeza buscando familias cada vez? Con una bastaba. Poco importaba que alguno saliera “border line”. En el fondo, casi mejor para los maquiavélicos cortesanos. Y si salía listillo, la cicuta lo paliaba. Todo dentro de un orden, que es lo que gusta a la gente de ídem.
Pero me pregunto: ¿y hoy? ¿Qué hacer si sale algo escorado, o panameño, o se pasa de la raya? Antes, los verdaderos artífices del tinglado se veían en la corte. Sus plumajes y pelucas deslumbraban a las cortesanas y también al pueblo que, hambriento, les aclamaba. Hoy casi ni se ve la corona. Se ha interpuesto tal cantidad de ejecutivos, representantes (de los del “mandato popular” y los de comercio), que se hace difícil saber quién rige de hecho el país. Y por descontado, se constata que, pongamos un ejemplo banal como la corrupción, la inacción es la postura más generalizada.
En nuestro hipócrita S. XXI, los cortesanos, los de verdad, los que mueven a los representantes, no se ven. Mueven los hilos, hacen transferencias y siguen ahogando a la ciudadanía, pero siempre a través de sus mandados. Entonces, ¿qué hacer cuando el país va a la deriva, bajo un oleaje globalizado que produce arcadas a los pasajeros?, ¿a quién acudimos cuando se combina una corona inoperante ante la miseria y la corrupción, con un gobierno de plasma que las ha generado? ¿Buscar otra familia? ¿Cambiar la corte? Quizás, pero ¿quién lo hace?
Ante tal aprieto, me permito una sugerencia: fichemos a una primera figura y hagámosle rey, o presidente, o monarca de la república, o lo que sea. Seleccionemos a alguien que creamos capaz, que alguno habrá, y ya que le hemos de pagar un sueldo astronómico, al menos que se lo gane. No sé yo si Bill Gates, o el Papa Francisco aceptarían. Todo es cuestión de proponérselo.