LA CORRIDA DE LA PRIVATIZACIÓN
No quiero entrar ahora en el debate sobre la conveniencia o no de las corridas de toros. Pero pensando en ellas, se me acude la táctica utilizada desde hace tiempo, pero llevada hasta el paroxismo por las derechas actuales, con el fin de privatizar empresas públicas, para arramblar lo más rápido posible con los bienes públicos y convertirlos en riqueza particular.
De entrada, es preciso aturdir un poco a la bestia (en nuestro caso, la empresa pública en cuestión y también la sociedad que recibe sus beneficios). Esto, en términos taurinos, lo hace la cuadrilla. Capotazo va, capotazo viene… Discurso catastrofista por aquí, ensalada de datos no contrastables por allá…
Pero el toro es un animal fuerte. El pueblo también. Los gestores de algunas empresas públicas quizá no tanto. Posiblemente un exceso de pienso. Así que para debilitar la fiera (las derechas nos ven así), es preciso hacerle perder sangre. ¡Fantástico! El momento más plástico de la ceremonia. Unos asistentes de medio pelo, banderilleros y picadores, algunos subidos al caballo de la amnistía fiscal, pinchan y pinchan al pobre animal. Sangra. Intenta responder, pero recibe más capotazos que lo desorientan: deuda, mercados, balanza fiscal… ¡El Pacto Fiscal! Éste suena como la trompeta de la orquesta. Cambio de tercio, grita el ministro de turno. Ahora que ya no puede con su alma (estos toros sí tienen alma, aunque se la nieguen), sale el gran fantoche. El “maestro”. Con una risa sardónica, cínica, pone la espada detrás del capote, por lo visto ni en esto puede ir con la verdad por delante. Brinda al público. Los de sombra aplauden compulsivamente; los de sol, blasfeman. Él les dice que no hay alternativa: o mato (privatizo) la bestia o vendrá el caos. Lucha a muerte. El respetable (para los de sombra es un decir, pero así se usa en la fiesta) vuelve a aplaudir. Dominar la muleta hasta la muerte del opositor. Precisa aún algunos pases. Ningún problema. Los espectadores de sombra lo agradecen, se justifica su presencia. Alguien incluso babea. El toro también.
Y llega el momento de la muerte, de la privatización. No podía acabar de otra forma, el torero ha hecho lo que se debía hacer; sin alternativa (se la dieron hace años); es la exigencia del público (¿os suena?). El cuerpo exánime lo arrastran hacia la oscuridad opaca de los bolsillos privados. Otro/a al saco.
Existe una pequeña diferencia. En las corridas de toros, el animal, una vez muerto, pasa a ser comercializado en el mercado y todos pueden disfrutar de su carne. Es un final bastante democrático, por decirlo de alguna forma. En cambio, en la privatización de empresas no es así. Sólo los de la olla la pueden llenar, hasta de la cola hacen estofado. Pero exclusivamente para ellos. El público está atento ya al siguiente toro, que saca tímidamente los cuernos por el toril.
Podría ir más lejos. Podría decir que sin la privatización (sin su sacrificio), el toro podía labrar, dar de comer dia tras día a toda una comunidad. En cambio, una vez muerto, la sociedad se queda pasa hambre, y sólo unos cuantos cercanos al poder se nutren de sus restos. Aunque siempre habrá siervos que humildemente esperen untar una migaja en el perol. Pero esto es ya otra historia. Historia que se resume en tres etapas:
ATEMORIZAR – DEBILITAR – PRIVATIZAR
Buen provecho.