ELLOS TAMBIÉN DEFECAN
Utilizo palabra tan fina para indicar que éste no es un artículo que pretenda denigrar a nadie. Su intención es poner énfasis en el origen de la soberbia, prepotencia y arrogancia de muchos de nuestros políticos y hombres de negocios, fenómeno que aparece con una mayor frecuencia, aunque no solamente, en la derecha.
Pongo un ejemplo más allá de la política pero cotidiano: Una receta para poner en el plano de la razón crítica los exabruptos incontestables de la Iglesia es imaginarse a quien emite irrefutables sentencias ex-cátedra, sentado en la taza del inodoro. ¡Qué iguales parecemos todos en tal posición! ¡Cómo se hunde la arrogancia! ¡Qué poco deseamos estar en aquel momento junto a ellos!
Porque parte de los humos de los políticos y los financieros proviene de la actitud de la propia ciudadanía, que queda en evidencia al adularlos; al considerarlos superiores; aplaudiéndoles; pidiéndoles favores; suspirando por una subvención como si el dinero fuera suyo y no nuestro. Quizá éste seria un primer paso para una mayor participación ciudadana; para un mayor control de sus actos y sus dispendios; para una renovación verdaderamente democrática: Imaginarlos a todos –pedir una foto sería demasiado -, en la posición indicada al principio. Son gente como cualquier otro hijo de vecino. Sus oropeles, guardaespaldas, Audis8, banderitas y otros aditamentos son sólo eso, la seda sobre la mona. La mayoría buena gente, pero eso: gente. Ni salvadores ni magos; gente.
Pienso en ello, cuando veo reportajes de archivo dónde la gente pierde el culo (nunca mejor dicho) para salir en una foto con el señor Urdangarín, un político prominente o el obispo de la diócesis.