AVIONES EN GUERRA

“¡Aviones para España! ¡Solidaridad con España!” Es la primera vez que Léon Blum oye de verdad estos gritos, estas llamadas, que van a atormentarle durante meses, años, resquebrajando su privilegiada relación con la población de izquierdas. Este domingo 9 de agosto, acaba de llegar al Parque de Saint-Cloud, cerca de París, dónde se ha organizado un gran mitin del Rassamblement universel pour la paix, presidido por Jean Zay, mientras España se desgarra por la guerra. Miles de militantes se agrupan sobre el césped del Pont-Noir, rodeado de árboles centenarios[i]. Así nos cuenta Gilbert Grellet el ambiente favorable a la República, en aquel Frente Popular francés acosado por la derecha, que no había digerido su reciente derrota. En esta entrada nos preguntaremos sobre las necesidades reales de la II República como complemento al papel de André Malraux en su aprovisionamiento.

Al estallar la sublevación de Franco, fracasada en muchas de las ciudades lo que llevaría a una larga guerra, los principales aeropuertos vivieron horas de incertidumbre, en la que se tomó el pulso al equilibrio de fuerzas. Pero ello, en un ambiente general de incertidumbre, cuyo mayor exponente fue la existencia de tres presidencias del gobierno en solo tres días. Al enterarse del golpe de estado, que se veía venir, dimitió el gobierno de Santiago Casares Quiroga (noche del 18 de julio), siendo sustituido por Diego Martínez Barrio, que intentó durante el domingo 19 una entente con los sublevados. Al no tener éxito, la misma noche dimitió, siendo relevado por José Giral, cuyo gobierno duró un par de meses. No era por lo tanto la situación más propicia para tomar decisiones, y aún más desconociendo la evolución de la rebelión en cada uno de los aeropuertos.

Un aviador, Ignacio Hidalgo de Cisneros (poco favorable, como veremos a la intervención de Malraux), nos dice:

“En aviación, gracias a las disposiciones tomadas por el general Núñez de Prado, quedaron en nuestro poder el 80% de los aviones. Esta superioridad nos permitió ser los dueños absolutos del aire hasta que llegaron a los frentes los aviones militares enviados por Hitler y Mussolini. Dichos aviones se dedicaron las primeras semanas a trasladar en vuelo y a proteger el traslado por mar a la península de la Legión Extranjera y de las fuerzas moras estacionadas en la zona ocupada por España en Marruecos”[ii].

De Havilland H-89 Dragon

Incluso otro historiador de la aviación, más próximo a los sublevados, Salas, afirma que en julio de 1936, quedaron unos doscientos aviones del lado gubernamental, por un centenar en el bando sublevado[iii], aunque incluye también las avionetas del Aeroclub de Andalucía. Como lamentable anécdota, la de un avión De Havilland “Dragon”, que había quedado en poder de la República, siendo usado por el citado Núñez de Prado para ir a Zaragoza, delegado por el Gobierno para entrevistarse con el general Cabanellas, de quién no se sabía el posicionamiento al no responder al teléfono. Arrestado a su llegada, fue trasladado a Pamplona donde poco después fue fusilado. El avión que le llevó a su fatal destino consta pues en el libro de Salas como un activo de los rebeldes.

En cuanto a los aeropuertos, parece que también había inicialmente una ventaja por parte republicana: “Al producirse la sublevación militar del 17-18 de julio de 1936, la aviación conservó, inicialmente, su organización de preguerra, sin producirse tantos cambios como en el ejército de Tierra o la Armada, ya que, exceptuando los aeródromos de León, Logroño y Sevilla, Cádiz y Marín (más los africanos), en el resto de las bases o no triunfó la rebelión o permanecieron al lado del gobierno de la II República (Getafe, Cuatro Vientos, Prat de Llobregat, Los Alcázares, Alcalá de Henares y la naval de San Javier en Murcia), debido a la intervención de sus jefes y oficiales, cuya actitud gubernamental dio lugar a que las fuerzas bajo su mando conservaran las bases y material. Ante el desarrollo de los hechos, en los días siguientes se produjo en el seno de la aviación una serie de movimientos personales y de aviones hacia uno y otro bando, que dieron lugar a una reorganización de las tres Escuadras / Regiones Aéreas que componían las fuerzas aéreas de Aviación Militar”[iv]

Un resumen aproximado nos indica que[v]: De los 18 generales de división sólo cuatro se sublevaron (Cabanellas, Goded, Queipo de Llano y Franco). Aproximadamente quedaron con la República el 66 % de la aviación, un 65 % de los efectivos de la marina, el 47 % del ejército de tierra, el 51 % de la Guardia Civil y el 70 % de la Guardia de Asalto. Fieles a la República quedarían unos 116.501 hombres y del lado rebelde 140.604, de los que 47.127 pertenecían al disciplinado y profesional ejército de Marruecos (Legión y Regulares), mandados por Franco. Al bando rebelde se sumaron unos 200.000 falangistas y unos 63.000 carlistas, ambos bien armados y disciplinados.

Las necesidades, fruto de una política que dudaba en dotar a unos militares de fidelidad dudosa de material moderno, no eran solo en aviación. Mientras Malraux estaba aún por España, el embajador en París, Cárdenas (monárquico conservador, que dimitiría de inmediato por desacuerdo con la República) presenta una petición oficial al gobierno Blum de: “20 bombarderos Potez, 50 ametralladoras ligeras Hotchkiss, 8 cañones Schneider con municiones, 1.000 fusiles Lebel, 250.000 cartuchos de ametralladora, un millón de cartuchos de fusil y 20.000 bombas”[vi], que para sorpresa del diplomático, el presidente francés aceptó. Una muestra del desbarajuste es que, dimitido el embajador Cárdenas, monárquico y partidario del golpe (así como otros cargos relevantes, dejando la embajada embarullada), parece ser que la petición fue presentada por su sucesor interino, Antonio Cruz[vii]. Este, a su vez, fue sustituido durante unos días por Fernando de los Ríos, llegado de urgencia desde Ginebra, donde estaba en una reunión de la Sociedad de Naciones. Pero ya a finales de julio, en plena operación de compra apresurada de material (incluidas las operaciones realizadas por Malraux y su amigo y aviador Corniglion-Moliner, bajo la tutela de Corpus Barga), tomó posesión el nuevo embajador, Luis Araquistáin.

Aunque ya era tarde, el nuevo gobierno Giral sí reaccionó rápido, como demuestran sus telegramas a su homólogo francés, y también la decisión de mandar a Francia, el 21 de julio (aún Malraux no se había entrevistado con las autoridades españolas) a dos especialistas para la compra de armamento: el comandante Ismael Warleta y el también militar de aviación Juan Aboal. La experiencia no fue muy exitosa, a tenor de lo que dice este último a otro aviador republicano amigo: “pues estoy de esos franceses mangantes hasta la coronilla y si quieren robar que roben a su madre”[viii]. Tiene un gran valor el informe detallado que redactó Aboal, que aparece en el Apéndice documental de la extraordinaria obra de Ángel Viñas La soledad de la República: “La saga de los primeros aviones adquiridos en Francia”[ix].

Es importante señalar que, Una vez constatada la gravedad de la situación, las peticiones no se limitaron a Francia. Fernando de los Ríos, antes de desplazarse el 23 de julio a París para hacerse cargo de la embajada republicana, escribe al presidente mexicano[x] pidiéndole con toda urgencia: 20 aviones bombarderos, 20.000 bombas, 8 cañones de 75 mm, 8 ametralladoras pesadas, 200.000 granadas y 4 millones de cartuchos. Ignoro el porqué de dichas cantidades tan detalladas, pero en cualquier caso, revelan una escasez que acarrearía graves consecuencias.

Hemos visto someramente el desbarajuste existente en los procedimientos de compra de la República, agravado por la competencia entre sus mismos partidarios, al pretender los sindicatos, así como catalanes y vascos, comprar por su cuenta. Ello contrasta con la facilidad que actuó el bando sublevado, al que no afectó la pronta No-intervención. La política de apaciguamiento de los británicos, toleró sin grandes aspavientos, que alemanes e italianos suministraran todo tipo de material a las tropas de Franco, lo que fue decisivo para el resultado final de la contienda.

En mucha bibliografía se menciona a André Malraux como involucrado en estas primeras adquisiciones. Desde las más elogiosas, en las que le otorgan un papel protagonista, hasta las más contrarias, a menudo insultantes. Veamos sólo dos ejemplos:

Denis Marion, su colaborador en Sierra de Teruel, dos años después, indica: “El azar hace que José Bergamín esté en Madrid, y que ponga en contacto a André Malraux con los miembros del gobierno republicano. Estos le encomiendan una misión: comprar en Francia los aviones disponibles. Salvo contadas excepciones, los pilotos españoles, civiles y militares, se han unido a los rebeldes y lo han hecho llevando sus aparatos”[xi]. Hemos visto que ello, en esos primeros días, no es ajustado a la realidad, hubo fuerza aérea republicana, y el encargo no se hizo sólo a Malraux. Cabe suponer que se ofrecería generosamente, y la República encontró en él un generoso colaborador. Una contribución importantísima, por los resultados y también por la imagen y la dinámica promovida, pero no la única ni mucho menos. Lo veremos con detalle al hablar de la escuadrilla.

Gringoire 19-08-1936

En el lado opuesto, podemos citar el semanario de derechas Gringoire, que escribe (ver imagen): Hemos dejado funcionar en la embajada de España una oficina de enrolamiento de aviadores que recluta el ladrón André Malraux. El ladrón André Malraux se ha beneficiado, por otra parte, de un favor extraordinario para sus extraños desplazamientos a España. El ministro del Aire le ha confiado un avión perteneciente al servicio oficial, un Lockheed que pilota M. Corniglion Molinier[xii].

Sea como sea, el material militar que se pedía debía ser pagado. No fue el dinero, sino posiblemente la falta de eficacia de los compradores, unida a la mala fe de muchos proveedores, lo que retrasó envíos e hizo que algunos de ellos consistieran en material deficiente. Nos dice Aboal autor del informe ya citado:  Llovían las ofertas más disparatadas, tanto de material militar como aéreo. Acudían personas de todas las categorías sociales, verdaderos mercaderes de negocios turbios que aprovechan las angustias de los países en guerra para organizar su explotación de un modo metódico y eficaz[xiii].

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[i] GRELLET, Gilbert (2017). Un verano imperdonable. Madrid: Escolar y Mayo. Ver todo el capítulo 26.

[ii] HIDALGO DE CISNEROS, Ignacio (1977). Cambio de rumbo. Vol. II. Barcelona: Laia. Página 186

[iii] SALAS, Jesús. (1969). La guerra de España desde el aire. Barcelona: Ariel. Página 63

[iv] http://www.errepublika.org/aerodromos_GCE_regiones_aereas.htm

[v] http://perseo.sabuco.com/historia/guerracivilesp.pdf

[vi] THOMAS, Hugh. La guerra civil española. Tagus ebook. Capítulo 20, refiriéndose a declaraciones del propio embajador Càrdenas.

[vii]  VIÑAS, Ángel (2007). La soledad de la República. Barcelona: Crítica. Página 34.

[viii]El pueblo gallego. 28.11.1936. Página 14. (fuente Wikipedia)

[ix] VIÑAS, Ángel (2007). La soledad de la República. Barcelona: Crítica. Página 458

[x] THORNBERRY, Robert S. (1977). André Malraux et l’Espagne. Ginebra, Lb. Droz. Página 30

[xi] MARION, Denis. (1970). André Malraux. Paris: Seghers. Página 7

[xii]  Gringoire. Paris, 19-8-1936. Página 1

[xiii] VIÑAS (2007). Op. Citada. Pág. 38

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