NOES Y SÍES
No paro de darle vueltas al porqué la gente sigue votando a políticos y partidos que les están machacando económica y socialmente, con prepotencia y justicia deficitaria. Evidentemente hay muchos factores, pero hoy quisiera apuntar uno surgido a raíz de una lectura preocupante.
Leo en Yahoo! News que, según los estudios del psicólogo David Dunning, de la Universidad de Cornell (la que acogió el exilio de Luis Cernuda), si los votantes carecen de conocimientos sobre un tema determinado, (por descontado la política, pero también economía, leyes, etc…) no pueden ser capaces de juzgar la idoneidad de un candidato para un puesto relacionado con él. Dice: “Ideas muy inteligentes pueden ser difíciles de ser adoptadas por la gente, porque muchos no tienen la sofisticación necesaria para reconocer lo buena que pueda ser dicha idea”. Su colega Justin Kruger va más allá, al constatar que “las personas incompetentes en una área de conocimiento, son demasiado ignorantes para saber que lo son”, o sea que difícilmente se corregirán y seguirán eligiendo en función de parámetros banales o aleatorios.
¿Volveremos a Platón y a su República de sabios? Yo dije en otro artículo que uno de los puntos más críticos, aunque básico, de la democracia es reconocer que todos los votos son iguales. Y sigo pensando que así ha de ser. Pero las citas anteriores plantean retos más allá del de una democracia amplia o restringida. Afortunadamente, el artículo finaliza con una referencia al sociólogo alemán Mato Nagel, según el cual, las democracias raramente eligen al mejor líder, añadiendo para tranquilidad nuestra que la ventaja de aquellas respecto a las dictaduras es de que, al menos, previenen de que los candidatos más nefastos se conviertan en líderes. ¡Menos mal!
¿Qué vota el votante de a pie, la mayoría? Votan una propuesta (1). Una propuesta de la que desconoce sus entresijos e incluso sus efectos sobre él mismo. Pero durante el largo periodo no electoral, dónde no se le ha consultado para nada: ¿Qué ha oído? Que esto está mal, que no estamos de acuerdo en…, que pedimos la anulación de…, NOES, NOES, NOES. Entonces, llega la hora de votar, y oye (escuche o no), los SIES. Propuestas económicas, jurídicas, laborales o políticas, todas juntas, de golpe, con grandes cifras y soporte mediático; muchas demagógicas, otras puras mentiras. Y como ha de votar entre varios SIES, vota el que le parece más familiar, el que sintoniza más con sus conocimientos (que no con sus intereses). ¿Pero cuáles son? Los que se le han machado día y noche en los medios de comunicación, en su mayoría (y cada vez más) en manos de la derecha más montaraz y populista.
Por esto, creo que es imprescindible que junto al lenguaje, justo e imprescindible, nunca suficiente, de denuncia de tantas y tantas injusticias cometidas bajo el chantaje de la crisis, se promulguen, se voceen, se divulguen los SÍES. No estamos de acuerdo con los cambios en educación; no estamos de acuerdo con las cargas económicas a los débiles y la protección de los fuertes. ¡Digámoslo! Pero a renglón seguido digamos igual de fuerte que queremos una educación gratuita y de calidad, pagada por los impuestos a las grandes fortunas; digamos que queremos un estado laico, dónde la Iglesia cotice como cualquier otro ciudadano; digamos… Que para el 2015 queremos una Constitución acorde con las circunstancias actuales, que sustituya a la renqueante hija del postfranquismo. ¡Gritémoslo a los cuatro vientos; durante los cuatro años; día a día!