NUEVA LEY ELECTORAL -3

Si en los dos artículos precedentes he querido comentar el tema del sistema electoral desde el punto de vista de los electores, ahora quisiera hacerlo desde el punto de vista de los elegidos. ¿Cómo se podría vencer el desengaño, la famosa desafección de los votantes, que como demuestra la ejemplar actividad de las plazas de tantas ciudades, no quiere decir alejamiento de la política en el sentido de gestión de los intereses públicos, sinó del mercadeo sostenido por las actuales mediocridades parlamentarias?

En el sistema electoral hay distintas formas de repartir los escaños en función del número de votos y también listas abiertas o cerradas en diversas combinaciones posibles. Pero principalmente en las primeras, sería preciso, antes de adherirse a una opción que, por diferente, parece más atractiva, analizar no sólo como influiría en los propios partidos (el aparato se vería debilitado, lo que sería positivo), sino en el “mercado” electoral, ya que dada la persistencia de los hábitos clientelares, una lista abierta sin corregir otros factores, podría aún potenciar aquellos.

En el escrito anterior apuntaba a una mejor información de lo que hacen los “representantes del pueblo”. No hablo de rendir cuentas, de la revisión de los programas electorales de unos por parte de sus contrincantes, siempre demagógica y tendenciosa. Hablo de información institucionalizada de lo que hacen y de lo que vota cada uno de los miembros elegidos por el pueblo. Pero, claro, si sólo votan lo que dicta “el partido”, quizá no sería preciso; conociendo la opción tomada por éste, no se precisaría mayor información.

Hace poco, con motivo del debate sobre la legalidad de las corridas de toros, se dió libertad de voto a los parlamentarios. La gente supo lo que había votado cada uno. ¿Por qué se hizo sólo en un tema eminentemente folclórico como éste y no en otros? ¿Por qué no en todos, ya puestos?

El complemento a las listas abiertas (o mixtas) debería ser la libertad de los diputados de votar en conciencia, acompañándose de una información pública exhaustiva de lo que ha votado cada uno. Es evidente que los miembros de un partido votarían con bastante homogeneidad, pero no siempre uniformemente. Si esto se diera la mano con un mejor control de concesiones, contrataciones, concursos y otras fuentes de clientelismo (¡Ah, las diputaciones…) quizá se iría extendiendo una mejor cultura democrática; quizá se conocerían mejor los candidatos, y no sólo, como ahora, al cabeza de lista. Quedaría claro que no todos son iguales, y ésto ayudaría a la elección, y también a la sintonía entre el pueblo y sus representantes. Los políticos, gente preparada y digna en su mayoría, se lo merecen, y sus votantes también.

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