PRODUCTIVIDAD – un cuento
He decidido seguir las instrucciones del PP, de la CEOE, de CiU, de la Troika, de la madre que los parió. No sé si por miedo o por patriotismo, pero hoy he decidido aumentar mi productividad. No me importa seguir las directrices de la derecha si ello es para bien. Soy -¿qué soy: Asalariado, obrero, empleado? –bueno, soy conductor de un toro para colocar palets en el almacén de una gran empresa.
Así que me he levantado media hora antes de lo habitual para coger un tren de cercanías antes de lo previsto, evitando así el más que probable retraso consubstancial a la red. Aún somnoliento, entro en el almacén a las siete y media de la mañana.
El toro no está aún listo. Los de mantenimiento tienen hoy jornada de formación, creo que de prevención de incendios, y he de esperar media hora para arrancar. Poco importa, voy a esmerarme. Habitualmente coloco unos 37’2 pallets por hora, unos 300 al día. Hoy me he propuesto superar los 350.
Cuando llega el primer camión para descargar, el encargado está con el Jefe de Logística, así que he de esperar unos pocos minutos. Empiezo a sudar. Hay corriente de aire y quizá me constipe.
Empiezo a descargar, pero en el momento de ponerlos en los estantes, hay un desajuste entre el estándard europeo y el asiático, así que los he de cambiar de ubicación. No lo había previsto el Director de Compras. Además, dadas las restricciones que impuso el Director Financiero, aún no hay suficientes ubicaciones “asiáticas” con lo que los últimos palets han de quedar en el suelo, a espera de cambiarlos a estándares europeos.
No me he parado a desayunar, pese a estar en el convenio. A la hora de la comida engullo un bocadillo sin bajar del vehículo, ganando así algo más de tiempo. A media jornada llevo 153 pallets colocados. He de esforzarme. La patria lo necesita.
Tengo una idea, si hubiera una uniformidad en los pallets, y una programación de llegada de camiones escalonada, mejoraría mucho mi rendimiento. Llamo a Dirección para sugerirlo, pero están todos en un curso de coaching, en un hotel de cinco estrellas de la costa. No me ha gustado el tono de retintín que ha empleado la secretaria. Me ha hecho perder cinco minutos.
Vuelvo al curro, pero no puedo reanudar la colocación de palets. El administrativo de almacén (el jefe también está en la costa) me dice que el ordenador no funciona, que han llamado a la multinacional que nos asesora en el SAP, y que posiblemente tarde un par de horas.
Son las seis, he hecho ya mi jornada y he colocado sólo 257 pallets. Estoy agotado, pero decido continuar un par de horas más. Al menos quiero llegar a los 300 del promedio. Todo queda registrado y no puedo tener una mancha así en mi expediente. Poco importa que no me paguen las horas extra.
Las nueve. Estoy subiendo las escaleras de mi casa. El ascensor no funciona. El cercanías llevaba media hora de retraso. ¿Qué habrá preparado la socia para cenar? El otro día se quejaba que con los 893 euros mensuales no le llega, y ella está en el paro desde que cerró la peluquería.
Tengo miedo. No consigo ser suficientemente productivo, y ello puede acarrear una reestructuración que me lleve a la calle. Y la hipoteca por pagar. Tengo miedo. La secretaria de dirección me ha dicho que las sesiones de coaching terminan el jueves. He de hablar con el director de Logística, y lo haré el viernes sin falta. ¡Qué vergüenza no llegar a los 350 pallets! Como el miedo no me deja dormir, mañana también saldré con adelanto. Me han repetido tantas y tantas veces que mi productividad ha de salvar la empresa y al país, que he acabado por creérmelo. No les puedo fallar.