¿QUIEN COÑO ES BRUSELAS?
Con su sonrisa sardónica y mefistofélica, el gobierno nos anuncia nuevos recortes, empezando por los de la Dependencia, ya en mínimos. Luego afirman (y los medios afines airean) que la única vía hacia el crecimiento (entiendo que de los bancos y las grandes empresas) es recortar el subsidio de unos pocos cientos de euros a parapléjicos, afectados por Alzheimer o nonagenarios sin familia. “¡Ah! Es lo que dicta Bruselas”.
La primera reacción es de estupor ante tanta ineficiencia y tanta maldad. ¡A quién se le ocurre ir a buscar el dinero dónde no lo hay! ¡Qué entrañas tienen los que preparan una legislación así! Al que lo ha ideado se le debería romper la cara, ya que de alma ha demostrado que no tiene. ¡Ah! “Es el dictado de Bruselas”.
Hasta dónde yo sé, Bruselas es una ciudad, capital de Bélgica. ¿Una ciudad dicta tal tipo de leyes? No hombre, no: la Unión Europea con sede en Bruselas. Bien, pero ¿la UE tiene cara para poder rompérsela? ¿Dónde vive para hacerle escrache? No hay respuesta. Quizá la habría si habláramos de Merkel. Pero el problema no es Merkel ni la UE. Ellos dictan límites, mínimos, plazos de cumplimiento, con el fin de salvaguardar a sus bancos, en especial los alemanes. No puedo creer que ni Merkel, ni la UE, ni Bruselas, entre en el detalle de la paraplejia, el Alzheimer o la soledad de la vejez sin compañía. ¿Quién lo piensa entonces? ¿De qué mente ha surgido tal mezquindad? De los esbirros a los que se les escapa el famoso “que se jodan”; arrogantes mequetrefes que saben que con suerte (¡!) podrán toparse con sus iconos: el Botín o el Sáez de los 88 millones, en el mismo restaurante, en el palco de la ópera o en la misa pontifical de su gurú Rouco. Lugares dónde nunca, nunca, correrán el riesgo de contaminarse con la compañía de seres que han fracasado en la vida, o de verse obligados a contemplar el efecto de sus “inevitables” leyes.
El proceso es complicado y el resultado nefasto. Un grupo de financieros (algunos herederos de los que crearon las crisis de los años 30 y la guerra mundial que las siguió) apremian a un político europeo (no elegido democráticamente) para cobrar los créditos especulativos que han dado; el político acude a un colectivo de chupatintas con master en las mejores escuelas neoliberales, que dictamina las cantidades a reclamar; el político en cuestión (nunca cuestionado) contacta con su correspondiente en el país (este sí elegido democráticamente, pero con el crédito vencido por sus reiterados incumplimientos), quien a su vez dispone también de una cohorte de pasantes neoliberales que son los que le sugieren el ir a rebañar el último euro de los desafortunados, protegiendo numantinamente los grandes capitalistas (sus futuros patronos) o a la Iglesia (a menudo propietaria del centro donde recibieron doctrina). Y el político, con sangre fría y alma en barbecho, firma. Ni Bruselas, ni “los mercados”, ni las herencias. Son ellos los que firman.
Sí: hasta que no los echemos, el “que se jodan” seguirá vigente.