SONRISAS
La sonrisa. La sonrisa es lo que les identifica, lo que les une, lo que les hace sentirse parte de un todo. Forman una clase, el resto, ni eso son. La sonrisa, salvo en su presidente, que se queda en mueca. Presentan presupuestos de ruina, y sonríen; proclaman las cifras del paro, y sonríen, y se dan palmadas en la espalda, y siguen sonriendo.
¿Por qué sonríen? Porque la desgracia no les roza; la desgracia anida en “los otros”, quizá como castigo al pecado de haber querido vivir un poco como ellos; porque son ellos los que, dioses arrogantes, deciden la dosificación de males y medicinas.
Si como parece estamos asistiendo a otro fin de ciclo, como el del Ancien Régime, la Rusia de los zares o la patética España del S.XIX (o sea, el actual), ellos (como sus antecesores, igualmente sonrientes en Versalles o San Petesburgo) no lo ven, los ojos semicerrados para hacer más amistosa la sonrisa. Han substituido las pelucas por la gomina, pero permanecen obispos, cortesanas y banqueros; dan fiestas; organizan congresos, cacerías. Hacen “lo que hay que hacer”, dictado de un dios ignoto que ellos tienen a bien traducir para “los otros”; ese ídolo esculpido en la FAES, en los concilios de la Obra, o en los ejercicios de los legionarios; ese dios apellidado Mercado. Ese dios que cuenta con la complicidad del diablo desempleo, y su hábil chantaje.
¿Cuándo nos dejarán descansar en paz?