NO ES PAÍS PARA VACAS
Se rumorea, se oye, se grita, se comparte: estamos en un final de ciclo. La que llamamos Transición ha agotado su trayecto. Si transitábamos hacia algún sitio, ahora debemos instalarnos en él. Porque el camino no es la meta. Tampoco el punto de partida, que fue el rancio franquismo, del que aún, después de décadas de marcha, aún lucimos algún jirón. No. Se precisa un cambio profundo que sirva para la convivencia de la sociedad española en el siglo XXI.
De los parámetros actuales, ninguno presenta suficiente solidez para aguantar mínimamente la que está cayendo. Ni las instituciones políticas, ni las jerárquicas, ni las judiciales… por no decir las económicas. De la Monarquía a los partidos; desde las patronales a los sindicatos; desde los tribunales a la educación, La retahíla de derechos y deberes deben ser reescritos con la letra redondilla del siglo de las redes sociales. Empezando por la Constitución.
¿Empezando? Porqué a mi entender, el problema no es ya lo qué hay que cambiar o hasta dónde, sino por dónde empezar. Éste no es un país para vacas. O sea, que si convocamos elecciones adelantadas, con el actual sistema electoral, bajo la misma Constitución, tendremos una ración más –pero más rancia- del bipartidismo que ya crearon Cánovas y Sagasta; de la complicidad que obliga a los ciudadanos a votar siempre la opción “menos mala”, opción que a los pocos meses se demuestra que es “mala, mala”, con lo que a la siguiente convocatoria, el malo anterior pasa a ser el menos malo actual; y así, peldaño a peldaño, seguiríamos bajando a los infiernos de la mediocridad y la rutina. No, no es un país para vacas, y menos, como en la película de Joel Cohen, para vacas sagradas. Sólo unas terneras jóvenes y macizas podrán recuperar el prestigio de nuestros filetes.
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Así pues, el proceso debería empezar por una ley electoral más justa y equilibrada, con listas abiertas, y posterior libertad de voto de los elegidos. Sin ella, volveríamos a los mismos apellidos de siempre y con ellos a los mismos vicios de siempre. Ejemplos, que funcionan en otros países, sobran. Para empezar, una copia bastaría.
Dichas elecciones, y el gobierno de concentración que aparecería a falta de mayorías claras, servirían para abrir un proceso constituyente dónde se pusieran en cuestión desde la forma del estado (República o Monarquía), hasta su sistema autonómico o los controles a las instituciones. En fin: una Constitución del siglo XXI. Para evitar repetir errores, debería ya incluir en ella –o al menos a mí me lo parece -, un sistema de revisión/actualización con la aprobación de la ciudadanía. Esta nueva Constitución, y una nueva ley electoral acorde con ella, podrían dar paso a nuevas elecciones, para emprender, con aires renovados, el difícil ejercicio de convivir.